martes, 5 de junio de 2012

Tecnocracia, totalitarismo y masificación


1-Nuestro análisis de la tecnocracia, efectuado en la comunicación anterior, nos permite resumir que la tecnocracia, ceñida  a su propia función, se caracteriza porque parte de una concepción ideológica del mundo que admite la mecanización dirigida centralmente por unos cerebros capaces de impulsarla de un modo eficaz, que propugnan y tratan de operar la racionalización cuantitativa de todas las actividades, si bien dando primacía a las económicas y, en general, a las utilitarias.

Presupone la más tajante efectividad de la escisión cartesiana entre la res cogitans, o sea el mundo del pensamiento, y la res extensa, es decir, el mundo inerte de las cosas materiales, entre las que es situado el mismo hombre y las sociedades humanas en cuanto se las hace objeto de experimentación y racionalización. Una tal concepción tiende a centralizar toda la res cogitans en unas pocas mentes de expertos, los tecnócratas, que han de asumir las palancas de mando del mecanismo construido para racionalizar la res extensa, incluyendo en ésta la inmensa masa de los hombres, para cuyo bienestar han de proveer.

La idea y el concepto de sistema expresan esa perspectiva tecnocrática que sustituye al concepto medieval de ordo y al burgués de equilibrio (económico, de poderes, internacional, etc.), tal como explica García Pelayo. Este autor observa el pensamiento tecnocrático en correlación histórica con el factum de los grandes sistemas tecnocráticos organizativos, y deduce que el sistema —dentro del cual caben subsistemas— abarca, en el plano del pensamiento, todo lo existente, sea natural, artificial, material o intelectual; pero, y esto es lo que le caracteriza, «no significa tanto algo dado por la realidad, cuanto un instrumento mental (sistema abstracto) "definido por la inteligencia", para captar y, supuesta la captación, controlar la realidad». Es decir, que resulta un instrumento operativo de dominación.

El mismo autor reconoce, explícitamente, que el General  System Tbeory (G. S. T.) y, «en general, el modo de pensar sistemático son expresión, en el campo del pensamiento: de la configuración de la realidad histórico-social en un conjunto de sistemas, de la posibilidad de construir y manipular sistemas y de la presencia de la legalidad de las cosas, que, al articularse ella misma en sistema, se transforma en Systemawang, en la coerción del sistema».

El predominio de esa concepción tecnológica ha tenido inevitables consecuencias sobre el orden político. García Pelayo  advierte que la profecía de Saint Simón de que, con el desarrollo de la industria, el poder sobre las personas sería sustituido por la administración de las cosas, ha sido rectificado «en el sentido de que la disposición sobre las cosas amplía e intensifica la dominación sobre las personas». Tanto más, por cuanto los mismos que impulsan el cambio tecnológico, incluso políticamente, a la vez insisten, como el mismo autor observa, en «la necesidad, en que se encuentra el marco político institucional, de adaptar su estructura a las estructuras de la sociedad de la época tecnológica, y dado que estas estructuras son constantemente cambiantes, el proceso de adaptación ha de ser permanente, con independencia de que éste se lleve a cabo formal o informalmente, lo único que se exige es que tales adaptaciones sean funcionales, importando muy poco su modalidad.

Digamos que esta alegada necesidad de permanente adaptación a las cambiantes estructuras de la sociedad tecnológica está en íntima relación con el fenómeno denominado de la aceleración de la historia , originada por el carácter artificial, forzado, rígido y monolítico de las estructuras de la sociedad tecnológica que quiere construir modelos pensados e imaginados. Estas estructuras son difíciles de mantener, provocan desequilibrios que requieren nuevas medidas también artificiales, ya sea para sostenerlas o bien para contrarrestar o colmar los desequilibrios producidos por ellas en el entorno. Un cambio fuerza nuevos cambios. No es posible detenerse. Quienes creen cabalgar en la máquina del cambio, no pueden detener su carrera, pues, en ella, huyen hacia adelante, en la única dirección en la cual aún esquivan y difieren la caída catastrófica, ya que el equilibrio resulta cada vez más difícil, con amenaza progresivamente creciente, tanto en proximidad como en extensión e intensidad). El hombre, que ignora las leyes del universo y de su creador, ha desencadenado las fuerzas de aquél, al que no domina, y al no tener una clara conciencia de su designio, resulta que, aquellas fuerzas le arrastran, cabalgando en su «megamáquina». Así, montados en ésta, algunos tenemos, como Yves Lenoir , la impresión de que, sometiéndonos a sus reglas, «evitamos una catástrofe actual preparando otra mucho más terrible para mañana».

2. Estamos en el triángulo tecnocracia-totalitarismo-masificación, ante el que tantas vueltas hemos dado. Existe una recíproca interacción e interdependencia entre los tres fenómenos.

Puede, en un futuro, llegarse a un super-Estado mundial totalitario; pero, hoy, estamos todavía en la fase del totalitarismo estatal. Por ello nos referimos a éste específicamente cuando hablamos de totalitarismo.

Partiendo de ella, recordamos la inquietante afirmación de Bernanos : «El Estado totalitario es menos una causa que un síntoma. No es él quien destruye la libertad, se organiza sobre sus ruinas». Pero esas ruinas tampoco las produce, por sí sola, la inhibición de la sociedad sino que recibe la activa colaboración del Estado intervencionista, que suplanta y desalienta las iniciativas individuales y sociales. Se forma un círculo vicioso, y la tecnocracia se encarga de hacerlo girar. Para que llegue el Estado totalitario —que no es una forma de gobierno sino la omniestatalidad—, y para que se imponga, es necesario que concurran determinadas circunstancias.

Ante todo, una concepción inmanentista, en la que el Estado ocupa el lugar de Dios, al no hacer derivar la sociedad política de la naturaleza social del hombre sino estimarla creación artificial humana —-he ahí la diferencia fundamental entre el contrato social moderno y el pactismo medieval —. Ya nada trasciende al Estado ni le limita desde lo alto: su poder se convierte en absoluto.

— Seguidamente, dada la pretensión de liberar al hombre de sus viejas ataduras, para conseguirlo y a medida que lo produce, el Estado absorbe todas las instituciones, arrebatando el poder a las formas de vida preestatales, imponiendo una concepción social estimativa de «que todos los miembros de la ordenación de la estructura fluyen desde arriba hacia abajo partiendo del centro estatal». Es decir, surge allí «donde desaparezca la construcción desde abajo hacia arriba», como ha expresado Emil Brunner ; con lo cual desaparecen para el Estado las limitaciones que, desde abajo, conforme al orden de la naturaleza, le suponían la autonomía de estos cuerpos sociales con sus libertades y franquicias jurídico-políticas.

— La alienation totale del individuo —que se siente liberado de las «viejas ataduras»— en el Estado —que, apoyado en la volonté genérale— puede modificarlo y configurarle todos los derechos.

Y, finalmente, los nuevos medios técnicos permiten mecanizar el trabajo del mando inferior, lo que facilita la manipulación de las masas, así como el dominio central de la economía, la efectividad de la presión fiscal etc (...)

Juan Vallet de Goytisolo. Revista Verbo.

Resto del artículo pulsa Aquí

El Estado imbécil del liberalismo


El concepto de la libertad ilimitada y arbitraria, y el concepto agnóstico del mundo inasequible al entendimiento humano, donde se relegan las verdades religiosas, han producido como aplicación política un monstruo singular que se llama Estado neutro. ¡La neutralidad del Estado en materia religiosa! En una sociedad dividida en creencias, ya se refieran al orden natural o al sobrenatural, el Estado no puede tener más que tres posiciones y adoptar tres actitudes: puede representar la mayoría de creencias de esa sociedad, puede representar un fragmento, aun cuando sea la minoría de ellas, o puede intentar la representación de aquello en que coincidan todos.

En el primer caso, hará de lo común regla, que tratará de extenderse y convertirse en única. En el segundo, elevará la excepción a regla común, no expresando la opinión de los más, sino imponiendo la de los menos, aunque, por supuesto, invocando la democracia y la voluntad colectiva. En el tercer caso, la representación de lo que es común por encima de lo que es diferente, es la que suele invocarse para disfrazar el segundo, que es el que se practica. ¿Puede existir ese Estado neutral?

Cuando la división entre las creencias es tan honda que del orden sobrenatural trasciende a las primeras verdades del orden natural; cuando los hombres no están conformes ni acerca de su origen, ni de su naturaleza, ni de su destino, ni, por consiguiente, acerca de sus relaciones, ni de las normas de su conducta, entonces la oposición es tan grande, que el Estado que cruce los brazos en presencia de esas diferencias se encontrará colocado en una situación muy extraña: él se declarará indiferente ante las diferencias, y no será raro que los creyentes y los no creyentes le vuelvan la espalda y se declaren también indiferentes, con una indiferencia que haga causa común con el desprecio, hacia una entidad que no toma parte en aquellas cosas que más interesan a los hombres.

¡Estado neutral! Estado que no sabe nada ni afirma nada acerca de las creencias en un mundo sobrenatural y de las relaciones con él, que no sabe nada acerca del origen del hombre, que ignora cuál es la naturaleza humana, cuál es su destino y cuáles son las normas de su vida individual y social, es un Estado tan extraño, que, al no afirmar nada de lo que a los hombres más importa, al elevar a dogma la ignorancia, que por ser de cosas supremas es la suprema ignorancia, viene a declararse inútil e imbécil.

Imbécil, sí, porque el Estado idiota, como le llamaba gráficamente Campoamor, es aquel que no sabe nada de los problemas que el sepulcro plantea y de los problemas que el sepulcro resuelve. Se declara incapaz de gobernar a nadie quien dice, refiriéndose al orden religioso y al orden moral y al fundamentalmente jurídico: ”Yo no puedo afirmar nada de esas cosas, porque no sé nada”. ¿Y cuál es la consecuencia inmediata de ese concepto de Estado neutro? La de no intervenir en esos problemas que él mismo declara que ignora, la de declararse incompetente y dejarlos a los que los conocen, puesto que él se expide a sí mismo patente de incompetencia y hasta de imbecilidad.

Y, sin embargo, hace todo lo contrario. Es el Estado que más interviene. ¿Y por qué interviene? Porque su neutralidad en relación con todas las creencias que luchan y que combaten en la sociedad, no es más que el resultado de un juicio en que las declara dudosas, reduciéndolas a meras opiniones; y al trasladar su parecer a los actos y a las leyes, impone ese juicio, afirmando la negación o la duda, es decir, imponiendo la impiedad, o imponiendo el escepticismo como dogmas negativos de un Estado que, después de ser idiota, viene a declararse Pontífice al revés.

Ese Estado interviene en la enseñanza; y ¡cosa singular, señores! El Estado, que no es agricultor; el Estado, que no es industrial; el Estado, que no es comerciante, aunque tenga la obligación de cooperar y de favorecer al comercio, a la agricultura y a la industria, el Estado se declara a sí mismo, no cooperador ni fomentador de la enseñanza, sino pedagogo supremo y hasta maestro único. ¡Y qué contradicción tan singular! No sabe nada de los problemas más transcendentales, de los que han sido siempre los primeros en todos los momentos de la Historia, y al mismo tiempo no tolera competencias y quiere ser ¡el maestro único! De las generaciones presentes y venideras. Se concibe que un Estado que afirme un orden natural y sobrenatural, que un Estado creyente como el de las edades cristianas, y hasta un Estado budista, o un Estado musulmán, trate, sirviendo como de instrumento a la creencia que profesa, de llevarla a la práctica y de infundirla; pero que un Estado que se declara a sí mismo interconfesional, que declara que no sabe nada de lo que no debe ignorar nadie, ni por obligación, ni por cultura, se declare a sí mismo incompetente, primero, y el más competente, después, para intervenir en la enseñanza, eso es el absurdo. Y, sin embargo, ved cómo interviene. La gradación es la siguiente: primero se declara potestativa en la enseñanza la enseñanza religiosa; después se declara neutra la escuela, y más tarde se suprime la religión hasta en las escuelas privadas, centralizando la enseñanza en las públicas, y dispersando a los maestros religiosos para que detrás de la ignorancia religiosa venga el odio de la escuela francamente atea.

Juan Vázquez de Mella. Examen del nuevo derecho a la ignorancia religiosa

El Acta de Loredán, doctrina carlista (y IV)

Sobre la cuestión social se dice que es “grave problema que hoy agita al mundo y mantiene en inquietud los ánimos y en desorden los pueblos. Antigua y siempre pavorosa, el mundo pagano la resolvió con la esclavitud de la fuerza, y el cristianismo con la esclavitud del amor. La fuerza impuso el trabajo como el amor la caridad, y la Revolución, volviendo a la tiranía por la libertad sin fronteras, proscribiendo la caridad y la fe, ha engendrado el pauperismo que es la esclavitud del alma y del cuerpo. El trabajo se ha convertido en tiranía y el hombre en máquina.- Queremos protestar y redimirlo llevando a la legislación las enseñanzas de la más admirable encíclica de León XIII; aspiramos a que el patrono y el obrero se unan íntimamente por relaciones morales y jurídicas anteriores y superiores a la dura ley de la oferta y la demanda, única regla con que la fija la materialista economía liberal, y pretendemos por tanto emancipar por el cristianismo, al obrero de toda tiranía.- Para ello ha de fomentarse la vida corporativa restaurando los gremios con las reformas necesarias; se necesita acrecentar lassociedades cooperativas de producción y consumo, y conseguir que el Poder restablezca el Patronato cristiano reglamentando el trabajo.- Así cumplirá el Estado el primero de sus deberes, amparando el derecho de todos y principalmente el de los pobres y el de los débiles, a fin de que la vida, la salud, la conciencia y la familia del obrero no estén sujetas a la explotación sin entrañas de un capital egoísta, por cuyo medio, un monarca cristiano se enorgullecerá, mereciendo el título de rey de los obreros”.

En relación con el desarrollo y progreso material, estrechamente vinculado a la anterior cuestión, se manifiesta que “Los tributos abrumadores y el caciquismo tiránico hacen imposible la vida en los pueblos y determinan una doble corriente de emigración entre nuestros sufridos y vejados agricultores, quienes en demanda de pan y trabajo afluyen a las ciudades o abandonan la Patria como víctimas de una política cruel, atropellados por todo, para buscar en América o en África el sustento de sus desamparadas familias.- Preciso es atajar por completo y cortar de raíz esta emigración de la desgracia, reformando algunas leyes onerosas y rebajando las insoportables contribuciones que arruinan la agricultura, la industria y la ganadería. Necesario es también completar la restauración general con la de la tierra misma, repoblando sus montes, roturando sus yermos y haciendo que las aguas de los ríos no corran infecundas o exterminadoras. Renovados los Pósitos, han de fomentarse las Ligas y Cámaras agrarias, los Bancos y las Cajas agrícolas, y así, vencedores de su actual abatimiento, al amparo de municipios libres de caciques, regresarán a sus hogares los desterrados por el fisco, y con la mayor oferta de trabajo en las ciudades y la rebaja de las subsistencias que produzca el aumento de la producción agrícola, subirán doblemente los jornales y aumentará en proporción el bienestar de las clases labradoras. Podrá extenderse a toda España la beneficiosa institución del Vínculo Navarro, con el que, dentro de la competencia se logra abaratar el precio de las más necesarias mercancías y librar de inicua explotación a los pobres, y reglamentando el trabajo defendido por la Corporación y amparado por el Patronato, tornarán el agricultor y el obrero a ser redimidos por la Monarquía de la doble servidumbre moral y material en que la Revolución los tiene con el falso nombre de Libertad”.

“HISTORIA DEL CARLISMO”
Gabriel Alférez. Editorial Actas, colección ‘Luis Hernando de Larramendi’. Madrid 1995.

El Acta de Loredán, doctrina carlista (III)

Los procuradores de nuestras Cortes habrán de serlo con mandato imperativo, es decir, con poderes limitados y revocables a voluntad de sus electores y siempre sujetos a dar cuenta a éstos de sus actos. Serán, además, en absoluto incompatibles con cualquier cargo o retribución oficial o de las grandes empresas industriales; y aun después de terminada su diputación no podrán en algunos años aceptar empleos ni títulos honoríficos, ni condecoraciones ni mercedes de ninguna clase, ya que el olvido de este principio esencial es causa de la corrupción de los parlamentos modernos y lo fue en gran parte de la decadencia de las Cortes antiguas… Convocadas para asuntos previamente determinados resultarán elegidos procuradores idóneos y mediante estas precauciones se asegurará a las Cortes la independencia y el acierto con que siendo auxilio y limitación del poder central, cumplan sus funciones de fiscalizarlo, de votar los impuestos nuevos y de intervenir en la acción legislativa de forma que la fortuna del Estado se halle asegurada contra las dilapidaciones y la libertad contra la opresión, puesto que sin el consentimiento de las Cortes no podrán alterarse los tributos ni las leyes generales, quedando así la arbitrariedad esclava de la justicia”.

Respecto de la Justicia se dice que será totalmente independiente, estimándose indispensable que la Nación halle en los Tribunales toda clase de garantías contra las prevaricaciones.

En cuanto a la Hacienda, que cortados de raíz los abusos mediante la descentralización económica, de modo que cada entidad social administre sus intereses, se fijará la cuota anual que las regiones proporcionarán anualmente al Estado para atender los gastos generales, procurándose unificar y reducir la deuda pública sin que sea posible de momento mayor precisión por razones de concisión y prudencia. “Con todos estos procedimientos y grandes economías se reforzarán los recursos, se disminuirán los gastos, se moralizará la administración, y protegidas las industrias nacionales, amparadas la agricultura y la ganadería, disminuidos los impuestos y beneficiados los pobres, se salvará la Hacienda, será un tesoro el crédito y se hermanarán todos los intereses de la Patria bajo la paternal tutela de la Monarquía que, identificándose con el pueblo vivirá modestamente cuando éste sea pobre , sin agobiarlo con la pesadumbre excesiva de una lista civil incompatible con la penuria del erario”.


Palacio de Loredán
Por lo que se refiere a la enseñanza, se fomentará y protegerá, “pero sin absorber las facultades privativas de otras entidades ya que aquélla constituye una función social y no política, en que la Iglesia, la familia y otros elementos han de tener necesaria intervención, para que sea ante todo católica y cumpla bien sus distintos fines. Hay que reorganizar las escuelas primarias y los estudios secundarios, superiores y profesionales, hoy dislocados por leyes contradictorias, haciendo a la vez que recobren su antigua vida las Universidades, para que, saliendo de su estado actual de servidumbre y reanudando la tradición científica de España, se emancipe la inteligencia de nuestros alumnos de doctrinas exóticas y de filosofías extranjerizadas, tan contrarias a la fe de nuestro pueblo como al genio de nuestra raza”.

Se considera al Ejército y la Marina como el brazo armado de la Patria y custodio del derecho, que será también emblema de honor y garantía de prestigio nacional. Se conformará el Código de Justicia Militar con el espíritu de las antiguas Ordenanzas” y se organizará de forma moderna y eficaz.- Es el defensor de la Patria y sostenedor de su integridad e independencia.- Se procurará que, en lo posible, las industrias de la construcción y armamento militares tengan la menor dependencia del extranjero.

“HISTORIA DEL CARLISMO”
Gabriel Alférez. Editorial Actas, colección ‘Luis Hernando de Larramendi’. Madrid 1995.

La Nación y el Estado


Ahora se comprenden fácilmente las diferencias entre Nación y Estado, y se pueden señalar las más visibles. El Estado se caracteriza siempre por una Soberanía política independiente; donde no existe esa independencia no existe verdadero Estado; pero, aun sojuzgada por un poder extraño, puede existir la Nación.

Un Estado puede improvisarse por una revolución, que emancipa una colonia o desgaja una provincia. Una Nación no se improvisa nunca, es siempre obra  de los siglos. Y es que a un Estado le basta la colaboración de las armas y de la fortuna para constituirse, y una Nación necesita la del tiempo para nacer.

Las manifestaciones de la vida de la Nación, la manera especial de ver y expresar la Religión, la ciencia, la literatura y el arte, no dependen de la actividad del Estado, se producen aparte, y muchas veces le son contrarias y accionan sobre él, o son oprimidas por su fuerza.

Por eso una Nación subsiste dividida en varios Estados, y teniendo uno solo que pierde la independencia sojuzgado por otro, subsiste. Por eso pasa de la pluralidad de Estados a la unidad política impuesta por la fuerza o formada por pactos, o por la fuerza y los pactos juntamente, y de un Estado federativo a un Estado centralizador, o al contrario, sin que, en esas mudanzas de soberanía, en esos cambios y trasmutaciones de Estados, deje de persistir el todo moral y la unidad histórica que la forma. Y es esa la causa de que una muchedumbre de náufragos  de diferente creencias, razas, clases y lenguas, arrojados por la tempestad en una isla desierta, pueden, por exigencias de orden y de defensa contra la agresión de los habitantes de las islas cercanas, constituir un poder común, un Estado, pero no formarán una Nación, hasta que una poderosa unidad moral, sobreponiéndose a todas las diferencias y deslizada en la corriente de los siglos, atraviese varias generaciones, y las ate con una tradición común, y las marque con su sello.

Siendo la Nación y el Estado cosas tan diferentes, es fácil deducir cuál es la relación fundamental: El Estado depende de la Nación, no la Nación del Estado.

Los que invocan todavía la soberanía nacional como un residuo de la teoría russoniana de la soberanía colectiva (que no ha cambiado el liberalismo orgánico a pesar de alterar los nombres), no han sabido nunca ni lo que es la soberanía, ni lo que es la Nación. La soberanía nacional considerando a la Nación expresada en un cuerpo electoral que la posee por modo inmanente, aunque lo haga transitiva por representación, es imposible, porque jamás la multitud tendrá capacidad para ejercerla, ni para vigilar ni dirigir a los que la ejercen, que siempre serán los menos. La soberanía es, no la nacional de la muchedumbre de un día que se congrega en las urnas, cuando no la congregan...soberanía efímera, mudable, contradictoria, sino la soberanía permanente de la Nación sobre el Estado, del espíritu nacional sobre las leyes, expresado en la tradición que, como yo he dicho alguna vez, no es el sufragio de una hora, porque es el sufragio universal de los siglos, contra el cual no puede prevalecer el voto inconsciente de una multitud, ni siquiera el de una generación amotinada contra la historia.

El Estado debe subordinarse a la Nación, y no la Nación al Estado. El espíritu nacional debe imperar sobre la voluntad del poder, y no la del poder sobre el espíritu nacional. El Estado no puede cambiar y modelar conforme a planos ideales el carácter de la Nación, es el carácter de la Nación el que tiene derecho a que el Estado lo refleje.

La unidad política del Estado actual, sea en la forma federativa o unitaria, ha pasado por la variedad de Estados de caudillaje militar, y de Estados locales y regionales, y es posterior a la unidad nacional,que precisamente  ha invocado como fundamento para poder constituirse. De aquí el absurdo de que, siendo efecto, quiera subordinar a él su causa, y, alterando hasta el orden cronológico de los hechos, quiera hacer lo posterior, y lo anterior posterior.

Por eso el Estado no es arquitecto que construye y reconstruye la Nación. Es la Nación la que tiene el derecho de modelar a su imagen y semejanza al Estado, que existe para servirla, y no para ser servida por ella.

En suma: el Estado es un rebelde que niega uno de los títulos principales de su soberanía si falta al deber esencial de dependencia que le liga a la Nación y no la expresa y lo cumple en la ley. Y como la Patria, en su mayor amplitud, se identifica objetivamente con la Nación, pues no es más que la Nación en nosotros, en cuanto nos sentimos ligados a ella conociendo su unidad moral e histórica y amándola como algo que es parte de nuestro ser, el Estado tiene el deber imperioso, no sólo de conocer y amar esa unidad, sino de servirla con efecto filial y de mantenerla con la fuerza.

Juan Vázquez de Mella. Obras completas.


El Acta de Loredán, doctrina carlista (II)


Por efecto de sus fueros y libertades, la región conserva y perfecciona su antigua legislación en lo que tenga de especial, modificándola directamente y con concurso del rey cuando el tiempo lo exija o las circunstancias lo aconsejen, pero siempre sin ajenas imposiciones”.

Enfrente del centralismo burocrático y despótico que del paganismo tomó la Revolución para esclavizar a los pueblos, se levantan como aurora de libertad nuestros antiguos fueros, organizando el regionalismo tradicionalque contenido por la unidad religiosa y monárquica y por el interés de la patria común, no podrá tender jamás a separatismos criminales.- Independientes del poder central deben vivir los municipios, administrando los jefes de familia los intereses concejiles, sin que el alcalde sea un mero agente del gobernador, para convertirlo como ahora en siervo del ministro, sin poder calcular los gastos o ingresos de su presupuesto, ni determinar sus propias necesidades, ni siquiera aprovechar los montes comunales cuya administración el Estado les usurpa. Y así como de las uniones y hermandades de los municipios se forman las provincias de igual modo, del conjunto histórico de varias de éstas se constituyen las regiones, que siendo entidades superiores confirmadas por la tradición y las leyes vienen a fundirse al calor de una misma fe, de una misma monarquía, de un común interés y de fraternales amores, en la sublimidad de la patria española

Pero si se proclama el respeto de los fueros y libertades regionales, se ha de afirmar con toda entereza y eficacia la unidad política nacional que, inspirada y sostenida por la uniformidad de creencias y por la identidad monárquica, se asegura y consolida por la unidad de las leyes de carácter general y en las funciones también generales del Estado, comprendiendo entre las primeras los Códigos Penal, de Procedimientos, de Comercio y aun la Ley Hipotecaria convenientemente reformada; entre las segundas, la Administración de Justicia, la dirección del Ejército y la Marina, la Hacienda propiamente nacional, las relaciones diplomáticas y comerciales con las demás potencias y las comunicaciones generales; y como alta función moderadora la de dirimir los conflictos entre las regiones cuando ellas no logren hacerlo así por mutuo acuerdo”.

Desde que la Reconquista se inicia, nace entre nosotros la idea de la representación nacional, pasando desde los admirables Concilios toledanos a las Asambleas modestas de Oviedo, de León y de Jaca, para llegar por último a las Cortes de Alfonso IX, de D. Jaime y San Fernando, ya completadas con la presencia interesante del Estado llano, que siempre la voz del pueblo, cuando leal, es el mejor consejero de los reyes”.

Las Cortes fueron y han de ser una verdadera y poderosa instituciónsostenida por las grandes fuerzas que arrancan del interés moral, delintelectual y del material, permanentes en toda sociedad; del histórico tan digno de consideración en la nobleza que no se improvisa y tiene vida secular como la nuestra, y finalmente de aquél que es escudo y brazo armado de la Patria. Elegidos libremente sus procuradores por cada clase, lo que supone el voto acumulado en los que pertenezcan a varias, se asegura la representación equitativa de todas las fuerzas para no caer bajo la tiranía del número inconsciente. Así estarán digna y acertadamente representados en los del clero los intereses religiosos y morales; en las Universidades, Academias y Centros docentes, los intelectuales; en los de la Agricultura, Industria, Comercio y Gremios de obreros los materiales; y en los del Ejército y Armada los que personifican la defensa del honor y derecho nacionales; sin olvidar tampoco el elemento que recuerda los honrosos servicios prestados a la Patria por la nobleza, como gremio del glorioso pueblo antiguo al lado de los gremios del laborioso pueblo moderno, que tendrá abiertos anchos y fáciles caminos para llegar por los de la virtud, el heroísmo, la inteligencia y el trabajo, a todos los honores, a todos los puestos y a todas las aristocracias

“HISTORIA DEL CARLISMO”
Gabriel Alférez. Editorial Actas, colección ‘Luis Hernando de Larramendi’. Madrid 1995.

El Acta de Loredán, doctrina carlista (I)

En enero de 1897 D. Carlos había reunido en su palacio de Loredán en Venecia, a los más notables elementos del carlismo presididos por su representante en España, el marqués de Cerralbo, celebrándose varias conferencias con el objeto de actualizar poniéndolo al día el programa del carlismo. Su resultado fue un documento conocido por Acta de Loredán que, aunque va firmado por Cerralbo, debe ser considerado como un documento real, tanto por la directa intervención del mismo en su elaboración, como por el hecho de que la mayor parte de las veces los documentos regios son redactados por otras personas aunque vayan firmados por el Rey.

En el mismo se recoge lo principal de la doctrina carlista, y es de notar la importancia concedida a la cuestión social, adelantándose incluso a la encíclica Rerum Novarum de León XIII que fue incorporada al Acta desde el mismo momento de su publicación.

En el Acta de Loredán se indica la esencia del carlismo condensada en su lema Dios, Patria (en cuya expresión deben comprenderse los Fueros) y Rey. Se trata además de la descentralización como un complemento de los Fueros, que alcanza a provincias y municipios así como a las regiones, de la Justicia, la Hacienda, la Enseñanza, el Ejército y la Marina.

He aquí algunos de sus párrafos:

Las tradiciones veneradas que constituyen la Patria porque son la expresión de la vida nacional organizada por los siglos, se resumen en estas tres grandiosas afirmaciones: La Unidad Católica, que es la tradición en el orden religioso y social; la Monarquía, tradición fundamental en el orden político, y la libertad fuerista y regional, que es la tradición democrática de nuestro pueblo.-Ésta es la constitución interna de España” (contraria a las constituciones derivadas de la Revolución).

La Monarquía, personificando la unidad nacional, se legitima por el derecho histórico, se consagra por la pureza de los principios y se sostiene por el amor y la ley. La Monarquía ha de ser tradicional para que con su permanencia se emancipe de todas las ambiciones que unas veces con el grito de las turbas, otras con los sables pretorianos y siempre con la tutela de gobiernos irresponsables por el supremo derecho de gracia con que los asisten sus forjadas mayorías, hacen que el rey constitucional se reduzca a un emblema costoso, a una ficción del poder sin actividades eficaces y siempre sometido a oligarquías inspiradas en el interés mezquino de las parcialidades políticas.- Si el rey es el primer magistrado de la nación, ha de ser también el primer guardador de su ley y el primer soldado de la Patria.- El rey que lo es de veras reina y gobierna; pero sin que su voluntad traspase las leyes, porque el despotismo ni es cristiano ni español, y los hombres nacen para ser libres en la justicia y jamás siervos de ninguna persona.- El rey ha de estar en contacto con el pueblo para desvelarse por su bien, y ha de ejercer su autoridad rigiendo el Estado con las facultades esenciales a la suprema soberanía política.-Pero como la ciencia y la experiencia realzan la autoridad y la auxilian, obedeciendo a esta necesidad apremiante y a una tradición no interrumpida, se afirma la existencia de un Consejo Real, dividido en tantas secciones como ministerios, que asesoren al monarca y compartan con jurisdicción retenida el ejercicio del poder, siendo sus hombres designados entre las clases preeminentes y los hombres más distinguidos de la nación, y asegurando debidamente sus condiciones de justa independencia para que no los remueva el capricho y, con menoscabo de la majestad, se conviertan en aduladores cortesanos los que deben ser incorruptibles consejeros”.

“HISTORIA DEL CARLISMO”
Gabriel Alférez. Editorial Actas, colección ‘Luis Hernando de Larramendi’. Madrid 1995.

Memoria histórica y principios del carlismo

 
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Sin ánimo de ofender, ni por lo más remoto, ni de poner ninguna traba a la tan necesaria como deseada reunificación del todo el pueblo carlista, creo necesario no dejar que ciertas cosas caigan en el olvido, para evitar malos entendidos.

Y es que el Carlismo es Tradicionalismo, es hoy y siempre Dios, Patria, Fueros, Rey.


DECLARACIÓN DE S.M.C. DON JAVIER DE BORBÓN
 
Ante ciertos rumores relacionados con pretendidas declaraciones políticas que se me atribuyen, quiero, en este día, dar a conocer una declaración mía para disipar toda confusión o malentendido en cuanto a mi posición y forma de pensar, en lo que al Carlismo se refiere, en su permanente línea ideológica derivada de los grandes principios que la informan y constituyen su razón de ser. Debo, por tanto, afirmar, ante todo, que si siempre me he esforzado por mantener la unidad en el seno de mi familia, no puedo consentir que se utilice mi nombre, pese a lo que se intentó hacerme decir para justificar un gravísimo error doctrinal dentro del Carlismo, haciéndolo aparecer ante la opinión pública como partido socialista o aliado del marxismo o del separatismo, que son incompatibles con su propia naturaleza y contra los cuales el Carlismo ha luchado siempre con la mayor energía; de la misma manera que también ha luchado contra el capitalismo liberal materialista, que todavía trata de imponerse en nuestra patria como ya trató de hacerlo en el pasado.

Así, toda concomitancia de aquellos que se llaman a sí mismos carlistas con el separatismo o el socialismo, constituye una provocación evidente y una clara voluntad de engaño. No puede haber por tanto carlistas ni carlismo fuera de la plena aceptación de los principios fundamentales que son, quiero recordarlo:
  • La confesionalidad católica; es decir, la afirmación de nuestra condición católica como primera razón de nuestra causa: Dios.
  • El mantenimiento del principio indiscutible de la unidad nacional y del conjunto de tradiciones específicas de la naturaleza de la España de siempre y que dan su pleno sentido al concepto de Patria.
  • La defensa de los fueros, fórmula que no está en modo alguno en contradicción con el principio anterior, sino que lo complementa. Además de constituir unos derechos históricos indiscutibles, representan la libre y original evolución de cada región de España, y de los cuerpos intermedios, evitando así los graves inconvenientes del centralismo absorbente y paralizador.
  • La afirmación de la necesidad de la Monarquía para España que se basa en nuestra convicción de que es herencia permanente de autoridad, responsabilidad, independencia y continuidad.
Todo esto, lo sé, puede parecer una exposición de verdades elementales, pero creo que es oportuno recordarlas para terminar con ciertos falsos razonamientos que pretenden hacer que se puede ser carlista sin ser católico ni monárquico, patente traición a las convicciones de todos aquellos que, obedeciendo las órdenes que tuve el honor de firmar en nombre de mi augusto tío el Rey Don Alfonso Carlos, lucharon con valor y murieron gloriosamente por la religión y por la Patria.

Pido a Dios que el Carlismo, sin desviación alguna, siga fiel a sí mismo para el mejor servicio a España y la Cristiandad.

París, 4 de marzo de 1977

Marcelino Menéndez Pelayo y el carlismo: la ortodoxia hispánica


Se cumplen cien años del fallecimiento del eximio polígrafo montañés de ascendencia asturiana Marcelino Menéndez Pelayo. Su vastísima y erudita obra desborda con mucho el objeto de este blog, sin embargo hacemos propia la síntesis de José María Jover y de Jesús Evaristo Casariego, a efectos descriptivos:

"La consideración del catolicismo como eje y nervio de nuestra cultura nacional; el formidable esfuerzo de documentación que respalda cada una de sus afirmaciones; el talante polémico y apasionado de muchas de sus páginas, explicable por la circunstancia histórica en que hubo de forjar su obra; la amplitud de espíritu y el esfuerzo permanente de comprensión humana son, tal vez, los caracteres más notables de su personalidad y de su trabajo." (José Maria Jover)

"Dos son las afirmaciones de don Marcelino sobre las cuales el fervor apologético y polémico, innegables  en la obra del maestro, cobra la serenidad objetiva de ciencia de pura ley: la primera, que es España el país donde antes que en ningún otro aparecen tendencias y atisbos originales, y la segunda, que es en España donde mayor fuerza toma la voluntad de conservar el tesoro aprendido. España es para don Marcelino el país de la vanguardia y de la Tradición (...) Mas, ¿que era la Hispanidad para Menéndez y Pelayo? Una sola cosa: la ortodoxia católica. Lo mismo cuando estudia el teatro español como cuando escribe su hermosa obra "La Ciencia española"; igual cuando investiga los orígenes  de la novela que cuando hace la historia de la poesía, el maestro inagotable, encuentra siempre lo hispánico en la más pura ortodoxia de Roma. Todo lo que  no es ortodoxo -lo demuestra con argumentación irrebatible- es extraño al espíritu nacional, y por extraño, débil y desvalido. El escribió en La Ciencia española estas razones pletóricas de sentido: "Hasta hoy no se ha entendido bien la historia de nuestra literatura por no haberse estudiado a nuestros teólogos y filósofos" (...) Menéndez y Pelayo es por su obra científica uno de los veneros adonde hay que llegar para nutrirse  de esencias hispanas" (Jesús Evaristo Casariego)

Ciertamente su obra es una explicación inapelable de la esencia católica de España, así como una apología de la misma. Tuvo una especial predilección por Cataluña, cuya lengua hablaba a la perfección y cuya literatura, historia y tradiciones políticas y jurídicas siempre amó y defendió, cursando varios años en la Universidad de Barcelona.  Sobre los sucesos del 11 de septiembre de 1714 escribió: "No es ciertamente agradable ocupación para quienquiera que tenga sangre española en sus venas (...) ver a nuestra nación (...) perder hasta los últimos restos de sus sagradas libertades provinciales y municipales sepultadas en los escombros humeantes de la heroica Barcelona".

Como otros autores muy próximos al tradicionalismo, su figura sólo puede ser reivindicada con pleno derecho por el Carlismo, pues no han tenido continuidad en las pequeñas escuelas que dejaron. Y ello pese a que su actuación política errónea (fuera de puntuales colaboraciones y acercamientos al Carlismo) sirvió para consolidar el régimen de la falsa Restauración, que a su vez fue imponiendo todas las políticas que don Marcelino detestaba. Su "tradicionalismo cultural" no fue acompañado con un coherente "tradicionalismo político"; en palabras del profesor Miguel Ayuso: "anticarlista como conservador que fue".

Es conocida, por otro lado, su entrañable amistad con otro genial montañés, este si rocoso e insobornable carlista, el novelista José María Pereda inmortal autor de la novela "Peñas arriba" y diputado tradicionalista.

Se puede decir con razón que la labor de Menéndez Pelayo fue continuada y coronada (aunque poniendo el acento sobre todo en los aspectos filosóficos, jurídicos y políticos) por la escuela de Francisco Elías de Tejada, corrigiendo la desviación que supone la flagrante contradicción de rendir pleitesía a la dinastía liberal, enemiga mortal de la tradición hispánica que tanto amaba el maestro montañés.